18 décembre 2006

Nuestro paraiso comun ...

No sé como empezar. Ni siquiera se si quiero escribir. Probable que no.
Suelo odiar el derroche impúdico del dolor. Tal vez porque los dolores verdaderos son los que no se pueden compartir.

Como compartir la muerte? Como compartir el dolor del nunca mas, de la irremediable pero siempre presente muerte.
Ningún consuelo sirve y la esperanza, en estos casos, se hace muy frágil y se reduce a tan solo eso: esperanza.

No logro hablar del tata, apenas logro mencionar su nombre.

Quisiera sin embargo revindicar mas que un simple parentesco con el. No soy la nieta numero XX a la cual quiso porque si. Fui su “patita”. Perderlo es entonces soportar un daño inconmensurable en mi circulo de estricta intimidad, vale decir el de aquellas persona que me definieron, que me forjaron un carácter, que con sus actos, concientes e inconcientes, hicieron de mi lo que soy hoy y seré mañana.
Por ello, perderlo es perder algo de mí.

No me gusta la palabra “tata”, es algo idiota. De todos modos nada me gusta hoy, todo huele a vacío, pena, tristeza y desazón.
Pablo me suena algo lejano. Decido dejar de autoflajelarme y optar por un idiotisante pero tan tierno “tata”.

Recuerdo haberte visitado antes de partir a Paris, cerrando fuerte los dientes para así evitar llorar y enfrentar lo que vendría: nuestra despedida. La última vez que partí terminaste con ataque cardiaco en la Clínica de la Universidad Católica. Por ello, esta vez, decidí enfrentar la situación. Te conté que partía de nuevo, si, de nuevo. Pero también te susurre que me “esperaras” y luego agregue, conciente de nuestras realidades, “Y si no me espera tata, entonces nos veremos en el mas allá. Lo juro. Lo juro”.

Jure con convicción, porque no concebía ni sigo concibiendo no verte nunca más. Entonces nos veríamos aquí o allá, en nuestro paraíso común. Y quise ser sincera al respecto, para que de alguna manera tuviésemos ese pacto de vernos aquí o allá.

Sin embargo y contra toda expectativa, me miraste horrorizado y me confesaste con voz temblorosa “y si dios no existe????”
“QUE?????????????????????” grite. “Pero como???? Tata!!! No es el momento de dudar”.
Sé, fue una flaca respuesta. Pero lo cierto es que no encontré nada más que decirte. Que podía yo decirle a un caballero de 98 anos, que sabia que moriría, y para quien lo único trascendental era saber si su muerte tendría un despertar.

Con todo, consideré que esa pregunta no estaba a mi alcance. Más bien no me dio el coraje de empezar una discusión filosófica. Comprendí que solos los imbeciles finjen, comprendí también tu dolor existencial vital y opte por hacer un gesto, algo cobarde, de autoridad y obligarte de esa forma a expulsar esa inquietud de tu mente

Mi abuelo fue mucho más que un abuelo. Fue, junto a mi otro abuelo, Antonio Morales Delpiano, mi referente histórico. Digo bien histórico porque en ellos entendí el significado de mis raíces, el sentido de ser quien soy. Con ellos entendí que mi vida no era una casualidad o un mero accidente de la historia. Mi vida tenía un sentido único, el de una unión maravillosa de dos únicas tradiciones.

De mi abuelo aprendí que ser Errazuriz Quesney se merece y se honra. Aprendí el sentido del honor, de la dignidad, de la disciplina y de la clase, la verdadera clase. Aquella de la cual poco queda, pero que sigue resistiendo. Esa que esta muy lejos de exhibiciones de tipo materiales. Esa que nada tiene que ver con el despreciable “parecer”. Esa que se mide por la humildad, por la generosidad, por el respecto y por la intransigencia frente a la verdad.

Y ahora me pregunto: que será de nosotros, de mi, sin ti? Tata?

Me siento forzada a subir el escalón de la muerte. Subir de un peldaño, debajo del cual vendrán mis hijos y sobre el cual estarán mis adorados padres. Y no quiero.
No quiero de esta escalera. Y no encuentro consuelo.

Con todo, agradezco mi familia. Soy conciente de que poca gente esta tan intrínsicamente feliz de su entorno como lo estoy yo.
Lo cierto es que no cambiaria ni un ápice de mi familia. Mis padres fueron, a ciencia cierta, los mejores padres que hubiese racionalmente, querido tener. Tanto así que se pasa de explicación. Cualquiera que me conoce entiende mi adoración casi patológica por mi Loulou y mama. Mi hermano, sin duda alguno, es y será mi alma gemela. La otra cara de una misma moneda.
Por ultimo, Antonio, Roro, Pablo y Elena fueron el mejor cuarteto de abuelos que me pudo tocar. Porque me amaron hasta decir basta, porque me hicieron sentir en todo momento, digo bien en todo momento, “especial”, única, diferente, sus princesas.

Tata, siempre me hiciste sentir como la hija numero 8. Y sigo durmiendo creyendo que de alguna manera lo fui. La idea me encanta porque me permitió ir más allá de la relación nieto-abuelo y pude de esa forma compartir experiencias y vivencias. Bailamos valse, me contaste tu vida entera, obligándote yo a detallármela lo más posible. Hablamos de tu eventual muerte, de la de tu padre, de tu madre, de tus hijas. Hablamos también de tu enojo frente a la prepotencia de los que se creen “decentes”, de esa aristocracia a la cual perteneces pero a la cual tanta distancia le tienes. Me soportaste en todas mis edades, en las mejores y en las peores, cuando en mi adolescencia vociferaba discursos “rebeldes” provocando y demás. Me retaste, me hablaste, me abrasaste, pero nunca desististe de mí. Jamás.
Siempre sentí de forma muy especial como mi destino te importaba, como mi sueno de ser “gran economista” pasaba a ser tu sueno también. Siempre estuviste presente, con la pequeña frase, para aterrizarme a la realidad local cuando fuese necesario. Siempre me recordaste que el fin nunca justifica los medios y cuan importante era ser digno y integro. En fin, hablamos y copuchamos hasta que me pidieras, literalmente, “dormir siesta”.

Gracias por regalarme tanto de ti, por aquellos momentos que quedaran para siempre en mi mente, como parte de una herencia que no tiene precio. Me quedo con lo mejor: tus besos, tus manos reposando en mis manos, tus conversaciones, tu cariño y tus maravillosos ojos azules.

Mi muy amado Pablo Errazuriz Quesney: nos vemos en el mas allá, en nuestro paraíso común.

Tu Pati(ta)